martes, 19 de mayo de 2015

A ti, que me lees.


Antes de que el tiempo incesante
conduzca otro año a su fin
con estos rudos versos
procedentes de mis más profundas entrañas
he de expresar lo que quizás antaño
fue estimado como pecado y hoy
tan sólo es muestra de verdad despojada
de las telarañas que la acallan.
¿Acaso siempre el espíritu ha de mantener la
férrea compostura que lo conduce, inerte,
a la esfera de lo insanamente cuerdo?
¿Nunca se ha de permitir que la bella locura
inunde la mente y anime
a expresar todo lo que se siente?
El hombre imperfectamente perfecto,
que finge en su ambigüedad no saber nada,
que, sin saber ocultarlo, conoce y maneja cada palabra,
cuando te atraviesa con sus negros ojos,
en silencio y sin cruzar una palabra,
solamente su opaco mirar es equivalente
al más profundo pensamiento
jamás pronunciado en el habla.
Loco de la cordura, Maestro de maestros,
Genio solitario en el seno de un paraje lisonjero,
goza del don de saber escuchar.
Como tú, que confiaste en mi saber,
creo y creeré siempre en ti,
sólo en ti.

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