Te
escribo esta carta, que nunca leerás, con las manos frías y el corazón triste
por tu ausencia, por lo que podría haber
sido, ya no una relación sino, al menos, una bonita amistad, pero que cada día
que transcurre me hace pensar que ni siquiera eso será posible…
Entraste
en mi vida sin llamar a la puerta, sin quererlo, con tan sólo aquellos pequeños
detalles que me hacían olvidar mis problemas y momentos difíciles. Es cierto
que ya había reparado en tu presencia, pero probablemente el hecho de que seas
una persona tímida me impidió fijarme antes en ti. Ahora me lamento por no
haberme sentado entonces a tu lado y preguntarte qué tal estabas, cómo había
ido tu día y cuáles eran tus gustos, aficiones o tus planes de futuro.
Los
días avanzan y el fluir ininterrumpido del tiempo se agolpa en mi pecho, me oprime el corazón,
que se niega a aceptar que en tan sólo un mes te perderá para siempre. Ya no
tendré excusa para observarte disimuladamente, mostrando una falsa indiferencia ni tampoco podré contemplar tus ojos verdes, que tanto me gustan, o sonrojarme cuando nuestras miradas se
entrecrucen fugazmente… Es entonces cuando pienso por qué no tengo el valor de
pararme ante ti y decirte a la cara la verdad; que sí, que me llamas la
atención, me gustas, no sé explicar por qué, pero es así… Te has convertido durante
estos últimos meses en el impulso que me empuja inexorablemente en esta
época complicada de mi vida, de momentos más amargos que felices, de instantes divertidos,
sí, pero cuyo deleite se esfuma en el momento en que despierto de mi sueño, en
el que mis temores y desdenes no eran otros que dejar de estar entre tus
brazos, pues cuando soñaba que me abrazabas, podía sentir tu corazón latir y no
pensar en nada más…
La
literatura, especialmente la poesía, mi gran aliada, es mi compañera y testigo
para paliar tu ausencia; expreso con ella lo que siento, pues no sabes el
esfuerzo que me supone escribirte esta carta de la que eres el receptor, lector
ausente que nunca la recibirá, pero que espero sirva para guardar en mi memoria
todos los momentos, conversaciones, sentimientos y recuerdos que inundan mi
mente, la aturden e impiden concentrarse en el día a día.
Sin embargo,
últimamente te has convertido en un una sombra que difumina su imagen en la ventana
de mi ordenador, a la que no llego nunca a vislumbrar enteramente… Me gustaría que esta carta fuera un adiós, un hasta luego, ya que mi mente
quiere olvidarte, pero mi corazón me insta a que no te deje marchar.
Las
imágenes de tu recuerdo se acumulan en mi mente como galerías de pasillos
infinitos, lóbregos e inseguros que me impiden comprenderte. Ya no sé cómo
describir mi estado de ánimo; diría que cuando me acuerdo de ti gran cantidad
de sentimientos opuestos me invaden: tristeza y alegría, agobio y ganas de
huir, fingir que estoy bien cuando me preguntan si me ocurre algo, decidir no
darle importancia a algo que realmente no ha sido nada, evitar los
interrogatorios o faltas de comprensión de las personas que me rodean, pues la
mayoría son incapaces de entender que a pesar de todo me importas mucho más de
lo que pensaba.
Pero
todo da igual… Mi parte racional se niega a seguir insistiendo, a sentirse mal
por ser siempre quien inicia una conversación, quien se preocupa por ti, la que desiste en poner el punto final a una historia cuyo principio se confundió con el desenlace …
Volveremos a decirnos adiós, sólo que
esta vez mis labios callarán lo que mi corazón esconde y las lágrimas en
soledad serán las palabras que me impidan decirte lo que realmente siento. Pero
es mejor dejarte marchar, seguir con tu vida allí donde la suerte depare tu
futuro. Mientras, yo, intentaré olvidarte, no escribirte, fingir que me he
olvidado de ti, que no me importas, aunque, inevitablemente, no pueda evitar
que el corazón me dé un vuelco y una puñalada inunde mi alma marchita en pedazos cuando otra persona sea el centro de tu vida.
Ahora
entiendo que era ilusión todo lo que sentía, que realmente no había nada que
nos permitiera comenzar un futuro juntos… Sólo espero que un día te des cuenta
de que nadie como yo podrá amarte como yo un día te amé y, sobre todo, de renunciar a ti de una vez por todas.
En
este momento, la única esperanza que me queda es pensar en que quizá, tal vez,
el destino vuelva a juntar nuestros caminos una vez más, y que entonces
tengamos una nueva oportunidad.
Hasta
entonces, desearé que la noche traiga consigo tu recuerdo.
La soñadora andante.