jueves, 28 de agosto de 2014

Pensamientos en torno a la rosa.

Quien dijo que la vida es un camino de rosas, sin duda, estaba en lo cierto. Cada uno de nosotros tiene ante sí la misión de cuidar de su jardín particular, antes de que la rudeza inexorable del tiempo marchite cada uno de los pétalos que conforman la rosaleda de nuestro corazón.

Vivimos para cuidar de esta flor que tanto representa: amor, éxito, miedo al fracaso, incluso temor hacia el futuro y la muerte, temas comunes en la poesía universal. Como decía Umberto Eco: «La rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos».
Sin embargo, para mí, esta flor no ha perdido ningún significado, sino que su belleza es equiparable a la de la vida. El fino hilo que la recorre no es en absoluto permanente, ya que a menudo amenaza con romperse en los momentos de incertidumbre y tristeza, en los que nuestro cuerpo y nuestra mente no son capaces de vislumbrar la pureza de lo que nos rodea.
Por eso, debemos aceptar la vida como un jardín para cultivar la felicidad y la agonía, el amor y la desilusión, la amistad y la traición, donde siempre los rayos de sol irradien de luz y viveza el color rojo tan característico de esta flor, al igual que el de nuestro corazón.




La soñadora andante.

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